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LA GUERRE ET SES TRACES - AUSONIUS ÉDITIONS — Mémoires 37 — LA GUERRE ET SES TRACES Conflits et sociétés en Hispanie à l’époque de la conquête romaine (IIIe-Ier s. a.C.) textes réunis par François Cadiou & Milagros Navarro Caballero — Bordeaux 2014 — Notice catalographique Cadiou, F. et M. Navarro Caballero (2014) : La guerre et ses traces. Conflits et sociétés en Hispanie à l’époque de la conquête romaine (IIIe-Ier s. a.C.), Ausonius Mémoires 37, Bordeaux. Mots-clé : péninsule Ibérique ; provinces romaines ; époque républicaine ; guerre ; conquête romaine ; archéologie militaire ; camps romains ; numismatique ; armée romaine ; épigraphie. AUSONIUS Maison de l’Archéologie Université de Bordeaux - Montaigne F - 33607 Pessac Cedex http://ausoniuseditions.u-bordeaux-montaigne.fr Directeur des Publications : Olivier DEVILLERS Secrétaire des Publications : Nathalie PEXOTO Couverture : Stéphanie VINCENT PÉREZ © AUSONIUS 2014 ISSN : 1283-2995 ISBN : 978-2-35613-096-9 Achevé d’imprimer sur les presses de l’imprimerie Gráficas Calima, S.A. Avda Candina, s/n E - 39011 Santander - Cantabria - Espagne juin 2014 La actividad militar y la problemática de su reflejo arqueológico: el caso del Noreste de la Citerior (218-45 a.C.) Jaume Noguera, Jordi Principal & Toni Ñaco del Hoyo I NTRODUCCIÓN Si resulta relevante el estudio de la huella que el ejército ha dejado en Hispania, y en este caso en el Noreste de la Citerior, es porque puede afirmarse que sin duda la presencia romana en la Hispania republicana es, en realidad, la presencia de su ejército. No es posible realizar una historia del período sin tener en cuenta ese factor, ya sea mediante el análisis de la actividad directa de los distintos contingentes militares al servicio de Roma, o bien a través del impacto indirecto de su presencia sobre el terreno. En este sentido, la arqueología constituye el mejor vehículo para entender la presencia y/o actividad del ejército romano en el Noreste de la Península Ibérica, y ello es así a pesar de algunos vacíos documentales en ciertos momentos, como, por ejemplo, podría ser la primera mitad del siglo II a.C. En concreto, y a pesar que la evolución de los acontecimientos implicase el desplazamiento de la actividad militar hacia el Sur y el interior peninsular, a lo largo de todo el período republicano el Noreste, desde sus bases de Emporion y, sobre todo, de Tarraco, siguió recibiendo una gran cantidad de tropas procedentes del exterior, particularmente en algunas etapas de mayor intensidad de la actividad bélica, como veremos más adelante. En su mayor parte, esos contingentes tampoco quedaban inermes en el Noreste, desplazándose hacia otras regiones, por lo que el movimiento continuo de las tropas y, especialmente, de la intendencia necesaria para su perfecto funcionamiento, también contribuyó a alterar las condiciones de vida de las poblaciones autóctonas, de sus relaciones externas y de su vinculación con el poder romano. Todo ello, en algunos casos, puede ser analizado tan sólo gracias al rastro que algunos de esos fenómenos han dejado en la arqueología, al carecer de cualquier otro tipo de datos históricos relevantes. Lo cierto es que los condicionantes logísticos resultan especialmente determinantes cuando se trataba de grandes contingentes de tropas desplazadas a regiones alejadas de la metrópolis, y cuya mera existencia suponía un verdadero desafío para sus propios comandantes. Igualmente, todo ello debe de ponerse en relación con lo acontecido no tan sólo en el resto de la Península Ibérica a lo largo de los dos últimos siglos de la República, sino también en la Galia transalpina, en otras regiones mediterráneas bajo el influjo republicano o en la misma Roma1. Este trabajo pretende analizar, a partir de las evidencias arqueológicas disponibles en la actualidad, la presencia y despliegue del ejército romano-republicano en el Noreste de la Citerior desde su más temprano origen (218 a.C.) hasta el inicio del período augusteo, hitos cronológicos fundamentales entre los que se enmarca la dinámica de ocupación e implantación militar de la Roma republicana en la Península. En función de la delimitación de tres grandes momentos de estrés bélico en la zona (i.e. 225-175 a.C., 125-75 a.C. y 50-25 a.C.), se procederá a evaluar el carácter y naturaleza de las evidencias, así como su contextualización y significación en el marco general histórico del momento, con el objeto de determinar las diferentes tipologías de aquellos rastros generados por el aparato militar, en cada caso. 1. Sobre los condicionantes logísticos: Erdkamp 1998; Roth 1999; Erdkamp 2010. – La guerre et ses traces, p. 31 à 56 32 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO ARQUEOLOGÍA DE LA ACTIVIDAD ALGUNOS PLANTEAMIENTOS MILITAR EN EL NORESTE DE LA CITERIOR. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 El estudio de las evidencias arqueológicas generadas por la actividad militar en la Península Ibérica tradicionalmente en nuestro país no ha gozado de gran seguimiento, sobre todo si lo comparamos con la consideración que, por ejemplo, ha merecido en el mundo anglosajón. Si nos centramos en el análisis del período romano esta comparación aún resulta más onerosa, ya que las primeras investigaciones sobre los asentamientos militares situados en los limes de Germania y Britania son ya centenarias. En cuanto al período romano republicano que nos interesa hay que destacar las limites investigaciones desarrolladas en Francia2 sobre los acontecimientos bélicos datados durante la conquista romana de la Galia, básicamente en el siglo I a.C. Pero en los últimos años, en la Península Ibérica, se está incrementando exponencialmente la investigación, no sólo para época imperial, sino también republicana. Las novedades son tantas y se suceden tan rápidamente que en ocasiones no aparecen en los grandes trabajos de recopilación y síntesis3, especialmente en el caso del Noreste de la Citerior, como veremos. El estudio arqueológico de la actividad militar en esta zona tiene que partir, inevitablemente, de su contextualización histórica. Como es bien sabido, los autores grecolatinos dedicaron una especial atención a las guerras que mantuvo Roma con sus sucesivos enemigos o a sus propias guerras civiles. En este sentido, podemos delimitar tres grandes periodos de “estrés bélico”, sin excluir que otros momentos también generaran evidencias arqueológicas de determinada actividad militar, pero seguramente de menor entidad. La primera fase se inicia en el 218 a.C. con la Segunda Guerra Púnica y la ocupación romana del territorio, sobre todo la franja costera, y finaliza en torno al primer cuarto del siglo II a.C. con la represión de las rebeliones indígenas y la consolidación de la hegemonía romana sobre los pueblos iberos de la zona. A partir de ese momento, la guerra se desplaza al territorio celtibérico, de manera que el Noreste se adapta a una nueva coyuntura, en que tendrán mayor peso las cuestiones logísticas, de aprovisionamiento y de captación de recursos. La segunda fase se inicia tras la caída de Numancia en el 133 a.C. Se podría encuadrar aproximadamente entre el 125 y el 75 a.C., con la conquista de las Baleares (123 a.C.), las Guerras Címbricas (114-102 a.C.) y, sobre todo, la Guerra de Sertorio (83-72 a.C.), conflictos que sin duda generaron una intensa actividad militar en la zona. Finalmente, tras el conflicto sertoriano y la reorganización pompeyana, el Noreste de la Citerior entra en un período de paz que permite la estructuración municipal, un proceso administrativo que se verá afectado por el último momento de “estrés bélico”, la contienda entre los partidarios de César y Pompeyo (49-45 a.C.) que, en parte, tendrá lugar en este territorio. En los tres casos descritos, se trata de conflictos con una implicación histórica que sobrepasa estrictamente la Península pero, a su vez, claramente distinta entre sí, por lo que todo ello exige un análisis particular, en cada caso, de las evidencias arqueológicas disponibles. De este modo, la región constituye uno de los principales focos de actividad bélica directa entre Roma y Cartago durante la Segunda Guerra Púnica y, algo más adelante, en la represión de los movimientos hostiles frente a Roma por parte de algunas de sus poblaciones autóctonas, al mismo tiempo que se había convertido en una base logística de primer orden para recabar provisiones llegadas desde el exterior y canalizarlas hacia el resto de las tropas desplegadas más allá de ese territorio. De ahí que las estructuras campamentales, el papel jugado por la moneda de imitación, las destrucciones directas o el mismo abandono de forma más o menos súbita de hábitats indígenas aporten datos sobre una amplia actividad militar en la región y, en cambio, resulte más complejo identificar las estructuras de apoyo logístico fuera de las grandes bases de operaciones, fundamentalmente costeras o cerca del Ebro. De la misma forma, en el tercer caso de estudio, algunos de los principales escenarios bélicos del frente hispánico del conflicto entre César y Pompeyo vuelven a centrarse en este territorio, por lo que pueden identificarse escenarios de batallas (Ilerda) o incluso algunas destrucciones que la arqueología parece vincular con este mismo período de profunda inestabilidad bélica. Sin lugar a dudas, la existencia ya en ese momento de núcleos urbanos de fundación romana con algunas décadas de actividad permite suponer que ciertas estructuras logísticas anteriores habían sido claramente amortizadas. Precisamente, durante el segundo período de “estrés bélico”, el Noreste no parece haber sido protagonista de actividad bélica directa, sino que tan 2. 3. Reddé & Schnurbein 2001; Reddé et al. 2006. Morillo 2007; Cadiou 2008; Dobson 2008. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 33 sólo existen datos acerca del tránsito de tropas (gracias a nuevos ejes viarios), la organización de un entramado de apoyo logístico y también de defensa basado en el emplazamiento de guarniciones en puestos de especial relevancia estratégica y, todo ello, en clara conexión con lo acontecido al norte de los Pirineos en ese mismo momento. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 A partir de la información de las fuentes escritas, fundamentalmente Polibio, Tito Livio, Apiano y César, habría que esperar documentar cuatro grandes categorías de yacimientos arqueológicos conectados con la actividad militar: a: los establecimientos militares temporales o campamentos de campaña; b: los asentamientos, fortines o guarniciones de carácter relativamente estable (con independencia del tamaño); c: los campos de batalla; d: los asentamientos (casi siempre indígenas) objeto de alguna acción bélica (asalto, sitio). Desde el punto de vista de la metodología arqueológica, la localización y estudio de los establecimientos militares temporales es muy compleja4, lo que en parte explica el vacío de la investigación. Pero recientemente se ha evidenciado5 que en raras ocasiones es posible documentarlos mediante prospecciones sistemáticas que sólo han tenido éxito tras la utilización de técnicas de prospección intensiva (análisis geofísicos, fotografía aérea, micro-prospección). A pesar de estos esfuerzos, no se han documentado estructuras constructivas ni niveles arqueológicos. Probablemente esta peculiaridad se explica porque normalmente fueron construidos con materiales ligeros, de fácil y barata obtención, como pieles, madera o tierra, dado su carácter eventual6. Las guarniciones militares de carácter estable presentan una problemática propia, puesto que en ocasiones estos asentamientos generaron entidades urbanas con una larga duración, en algún caso incluso hasta nuestros días. En el Noreste de la Citerior conocemos dos grandes campamentos, situados en Emporion y Tarraco, con una diferente pervivencia, pero de todos modos lo suficientemente extensa para que las evidencias arqueológicas relacionadas con el asentamiento militar republicano original hayan prácticamente desaparecido. En cuanto a los fortines o castella, su identificación también resulta complicada dada la variedad y poca homogeneidad morfológica de los conjuntos, que tienen su origen en las necesidades particulares del contexto territorial en donde el asentamiento se ubica, y que forzosamente condicionan su planeamiento urbanístico y las técnicas constructivas utilizadas; es necesario, pues, considerar una convergencia de diferentes evidencias (mobiliario, arquitectura, contexto geográfico, situación espacial) para su correcta identificación7. Por último, las turres, que aquí vamos a considerar como construcciones aisladas, generalmente pequeños recintos destinados al control visual de puntos concretos con un alto valor estratégico (vías y pasos, espacios terrestres, fluviales o marítimos concretos y de especial interés), con una finalidad más centrada en aspectos disuasorios o de prevención (observación, advertimiento, comunicación), quizá incluso limitadamente policiales, y que estarían más en la línea de una atalaya que no de un fortín. No obstante, su definición continúa presentando problemas a la hora de confrontar el sentido de las turres que nos aparecen en las fuentes literarias con las evidencias arqueológicas, dada la multiplicidad de significados que los autores clásicos parecen otorgarles8. Además, la lectura crítica de los restos de muchas de las turres supuestamente romano-republicanas conocidas en el Noreste ha mostrado inexistencia de las garantías arqueológicas necesarias para plantear con total seguridad su adscripción a tal período cronológico; podría tratarse, en la mayoría de los casos, de ejemplos tardoantiguos o medievales9. Por lo que a las batallas se refiere, hasta el momento no se ha realizado ningún intento por localizar y estudiar arqueológicamente alguno de los enfrentamientos que se produjeron en campo abierto durante estos dos siglos en el cuadrante noroccidental de la Citerior. Sin duda ello refleja la enorme dificultad de su estudio, no sólo para su localización e identificación inicial, sino para su misma investigación, ya que normalmente ocupan grandes superficies, de centenares 4. Coulston 2001. 5. Noguera 2008. 6. Pol. 6.34.1. 7. Para diferentes propuestas de identificación/categorización de los castella: Alonso 1988, 23-24; Cadiou 2008, 279-361. 8. Moret 2004, 14-15. Es interesante hacer notar que las torres ya gozaban de cierta tradición de uso en la Península Ibérica, en contexto indígena ibérico, con anterioridad a la llegada de los romanos, seguramente con otras implicaciones además de la de simple atalaya (Moret 2004, 16-28 et 2006); igualmente hay que recordar el famoso pasaje de Livio sobre la existencia de numerosas torres de vigilancia/ protección en el Noreste de la Península Ibérica, en el marco de la Segunda Guerra Púnica (Liv. 22.19.5-7), o las turres Hannibalis de Plinio (Nat., 2.181). 9. Pera 2008. Si bien la excavación de algunas de dichas torres no ha ofrecido resultados concluyentes sobre sus cronologías de fundación, los indicios para considerarlas romano-republicanas son muy débiles, mientras que en todos los casos en que se han documentado niveles de ocupación (a veces un único nivel), éstos responden a cronologías medievales. De hecho, algún autor (Martí 2008b; contra Nolla et al. 2010, 75) considera que la mayoría de estas torres, curiosamente edificaciones aisladas de planta circular, serían de origen andalusí y formarían parte de un sistema uniforme y extenso de atalayas/faros, fruto de un programa estatal de vigilancia y defensa. 34 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO de hectáreas de terreno, sin ningún tipo de resto constructivo conservado y dónde sólo se puede recuperar el material superficial metálico. A pesar de ello, su importancia y la metodología de estudio ya han sido concretadas 10, y creemos que sólo es una cuestión de tiempo que se inicien trabajos sobre esta línea de investigación. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Finalmente, uno de los aspectos donde la investigación arqueológica dispone de un gran potencial en el futuro inmediato lo constituye la evaluación de los indicios de actividad militar presente en los asentamientos indígenas. Esta consideración nos permite tener en cuenta dos aspectos. Por una parte, los indicios de destrucciones violentas y abandonos precipitados en estos yacimientos, en cronologías coincidentes con los denominados períodos de “estrés bélico”. Actualmente aún falta un análisis pormenorizado que tenga como objetivo cuantificar y valorar estos indicios, y más importante aún, su contexto y datación exactas. Por otra parte, y sobre todo para el segundo y tercer períodos, la constatación de asentamientos indígenas con un claro carácter militar y con numerosos materiales itálicos que nos sugieren que se trata de asentamientos que forman parte de la estructura militar romana, pero servidos por indígenas, y que comentaremos con detalle más adelante. PERÍODOS DE ESTRÉS BÉLICO EN EL NORESTE DE LA CITERIOR El primer momento de estrés bélico 225-175 a.C.: grandes batallas, conquista y pacificación (fig. 1) La actividad militar en el Noreste peninsular en este período se puede dividir en dos grandes fases: una primera vinculada con los combates y movimientos de tropas durante la Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.), con una mayor incidencia en la zona costera, y una segunda relacionada con campañas discontinuas y aisladas, normalmente relacionadas con la represión puntual de rebeliones indígenas, en su mayor parte localizadas en el eje del río Ebro (205-181 a.C.). Desde el punto de vista arqueológico, muy poco sabemos de los asentamientos militares de carácter permanente de este período, fundamentalmente Emporion y Tarraco, sin descartar que existan otros que no aparecen explícitamente mencionados en las fuentes escritas pero que por la dinámica de los acontecimientos contamos con indicios suficientes para afirmar que probablemente existieron, como por ejemplo una guarnición estable en las tierras del interior, para controlar el acceso al valle del Ebro y a las comunidades ibéricas de la zona, especialmente los Ilergetes. En cuanto a las batallas campales se refiere, hay que resaltar que, exceptuando el caso de la batalla entre iberos y romanos en torno a Emporion en el 195 a.C.11, no se ha realizado ningún intento para localizar (y menos para realizar una investigación arqueológica) ninguno de los múltiples enfrentamientos mencionados en las fuentes, por lo que nuestro conocimiento arqueológico es nulo. Este vacío documental más bien es debido a la falta de investigación ya que, a pesar de la dificultad para identificar antiguos campos de batalla, existen ejemplos de su localización y estudio, como por ejemplo el proyecto sobre la batalla de Baecula12. En el caso de los establecimientos militares temporales hay que destacar la localización de dos campamentos de campaña13, el primero relacionado con un asentamiento militar romano de carácter provisional en la Palma (l’Aldea, Tarragona) fechado en las primeras etapas de la Segunda Guerra Púnica, y un segundo campamento en el Camí del Castellet de Banyoles (Tivissa, Tarragona), junto a la ciudad ibérica homónima, fechado a inicios del siglo II a.C. Finalmente hay que recordar que existen indicios en numerosos asentamientos ibéricos que sugieren que se vieron afectados por la dinámica de los acontecimientos bélicos durante este período. Se han documentado evidencias de abandonos generalizados y destrucciones violentas en torno al 200 a.C. en asentamientos como Puig de Sant Andreu (Ullastret, Gerona), Puig Castellet (Lloret de Mar, Gerona), Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet, Barcelona), El Casol de Puigcastellet (Folgueroles, Barcelona), L’Esquerda (Roda de Ter, Barcelona), El Turó de Montgròs (el Brull, Barcelona), Alorda Park (Calafell, Tarragona), Castellet de Banyoles (Tivissa, Tarragona), El Vilar (Valls, Tarragona), Molí d’Espigol 10. Quesada 2008. 11. No se ha documentado ninguna evidencia arqueológica relacionada directamente con esta batalla, pero se ha presentado una interesante aproximación a partir del análisis del texo de Livio (34.14-16) y de la topografia de la zona: Nolla 1984, 150-157; Hernández 2001, 71-82. 12. Bellón et al. 2009. 13. Noguera 2008. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) 1 5 7 8 9 14 6 13 10 12 2 11 4 15 3 0 N 400 1000 2000 | 0 100 Km Fig. 1. Yacimientos del período 218-175 a.C. citados en el texto. Campamentos: 1. Emporion; 2. Tarraco; 3. La Palma (L’Aldea); 4. Camí del Castellet de Banyoles (Tivissa). Asentamientos ibéricos destruidos o abandonados; 5. Puig de Sant Andreu (Ullastret); 6. Puig Castellet (Lloret de Mar); 7. L’Esquerda (Roda de Ter); 8. El Casol de Puigcastellet (Folgueroles); 9. El Turó de Montgròs (el Brull); 10. Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet); 11. Alorda Park (Calafell); 12. El Vilar (Valls); 13. Estinclells (Verdú); 14. Molí d’Espigol (Tornabous); 15. Castellet de Banyoles (Tivissa). – 35 36 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO (Tornabous, Lérida), Estinclells (Verdú, Lérida) y muchos otros14. El problema de los niveles de destrucción y/o abandono de estos yacimientos es determinar su cronología exacta, ya que en la mayoría de ocasiones es difícil diferenciar a partir de los materiales cerámicos o numismáticos si los hechos que los provocaron corresponden a la Segunda Guerra Púnica o al sometimiento de las rebeliones indígenas, separadas únicamente por una o dos décadas. La Segunda Guerra Púnica en el Noreste peninsular (218-206 a.C.) Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 El contexto histórico Tenemos que constatar un desconocimiento absoluto de la actividad militar relacionada con la conquista cartaginesa de los territorios al norte del Ebro en el 218 a.C. Sin duda la brevedad de la presencia púnica, apenas unos meses, explica este vacío. En cualquier caso, tal y cómo indican las fuentes escritas, los 11.000 soldados acantonados por Aníbal en esta región tenían como objetivo asegurar las líneas de suministro con la Península Itálica a través de los Pirineos y vigilar a las tribus ibéricas proclives a los romanos, como los Bargusios, por lo que lo más probable es que haya que localizar su campamento en el prepirineo, cercano a una localidad ibérica denominada Cissa. Por otra parte, cualquier intento por localizar un posible asentamiento militar cartaginés tendrá como dificultad añadida el hecho de que gran parte de sus tropas eran ibéricas, y por lo tanto su armamento, utensilios e indumentaria también lo serán, con lo que a nivel de prospección será difícil diferenciarlo. En el 218 a.C. Emporion se convertía en la cabeza de playa de las legiones romanas, y muy probablemente la ciudad erigida años después oculta los restos de un campamento de campaña construido con materiales que difícilmente se habrán conservado. A pesar de contar con la ayuda emporitana y disponer de su puerto, el principal campamento romano en la península Ibérica será Tarraco. Este núcleo reunía inmejorables condiciones estratégicas, desde dónde era más fácil acceder al valle del Ebro, y con un buen puerto. Una vez más, se trataría de un asentamiento militar construido con materiales difícilmente identificables con el paso del tiempo: tiendas de campaña, estructuras de madera, taludes de tierra, etc., pero que debió ser el origen de la posterior fortificación pétrea. A partir de este momento, y hasta el fin del conflicto, Roma dominó los territorios al norte del Ebro, y de hecho todas las batallas posteriores hasta el 211 a.C. están vinculadas con un avance paulatino hacia el sur: Cissa (218 a.C.), la batalla naval del Ebro (217 a.C.), Hibera (216 a.C.), Intibilis (215 a.C.) y la ocupación de Sagunto en el 212 a.C. Las evidencias arqueológicas En esta dinámica del conflicto, el establecimiento de un campamento de campaña junto a la desembocadura del Ebro reunía inmejorables condiciones: se disponía así de un buen puerto junto a un gran río que se había de cruzar al inicio y al fin de cada campaña, bien comunicado por la vía Heraclea, con disponibilidad de agua y de espacio para albergar grandes contingentes de tropas, y a tres jornadas de marcha de Tarraco. Las líneas de comunicación entre esta ciudad y el campamento del Ebro estaban protegidas por otras guarniciones, praesidia, sin duda de menores dimensiones15. Las cinco campañas de prospección arqueológica realizadas hasta el momento en el yacimiento de la Palma, probablemente el campamento de Noua Classis citado por Livio16, no han permitido documentar ningún rastro de estructuras constructivas, pero en cambio han recuperado un gran número de restos materiales vinculados a la presencia de tropas romanas en este lugar. La valoración y contextualización histórica de estos hallazgos son los únicas que, por el momento, nos permiten sugerir algunos aspectos sobre la logística de las tropas romanas en el Noreste peninsular durante la Segunda Guerra Púnica. Respecto al material cerámico, hay que destacar una densidad muy reducida, en torno a los 125 fragmentos por hectárea. En total, aproximadamente el 70 % de ellos pertenecen a ánforas greco-itálicas de finales del siglo III a.C., mientras que el 30 % restante corresponde a material de transporte y almacenaje ibérico. Igualmente hay que resaltar la ausencia total de vajilla de barniz negro Campaniense A y de cerámica de cocina. Parece evidente que la procedencia de estos materiales y sus porcentajes sólo pueden explicarse por la presencia de un contingente de tropas itálicas, probablemente en gran 14. Hasta la fecha, no existe un estudio exhaustivo sobre está cuestión, pero esta problemática es citada en los trabajos de síntesis sobre la protohistoria del Noreste peninsular (cf. Sanmartí & Santacana 2005, 184-187). 15. Liv. 28.42.3-4. 16. Noguera 2012. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 37 parte abastecidas por vía marítima. Entre los envases de vino, aceite o conservas no tendrían cabida ni utensilios de vajilla ni de cocina, ya que no es lógico pensar que las tropas que habían de realizar largas y duras marchas cargasen con frágiles platos o vasos de cerámica, sino que con el equipo debían transportar recipientes más resistentes, de piel, madera o metal. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 En cuanto al material metálico recuperado, podemos establecer tres grandes categorías: restos de armamento, monedas y otros objetos. La presencia de militaria en la Palma es relativamente reducida. Se trata de glandes de plomo, puntas de flecha, una posible punta de pilum catapultarium y extremos de lanzas, entre ellas algunos pila. Especialmente interesante es la presencia de flechas cartaginesas muy características, las llamadas puntas de Macalón, con apéndice lateral en forma de arpón. A pesar de que estas piezas tradicionalmente han sido fechadas hacia el siglo VII a.C. en relación con el mundo colonial fenicio, su hallazgo en diversos contextos de la Segunda Guerra Púnica (por ejemplo en Baecula) determina su adscripción a proyectiles del ámbito púnico. No ha de extrañar la presencia de armamento cartaginés en un campamento romano. Como veremos, su existencia se puede explicar por el expolio o recuperación de armamento, dinero y pertrechos de los campamentos cartagineses después de sucesivas derrotas púnicas en los alrededores de la Palma17 como, por ejemplo, tras las batallas de Cissa o Hibera. De hecho, la práctica habitual de la mayoría de los ejércitos después de la victoria en campo abierto era el asalto y expolio del campamento enemigo. Entre las más de 200 monedas de la Segunda Guerra Púnica recuperadas, destaca su enorme variedad y el hecho de tratarse mayoritariamente de piezas de bronce, sin duda la moneda de cambio y de uso regular entre las tropas. El 32 % de las piezas son emisiones romanas, pero también se documenta un número considerable de numerario de las ciudades griegas, en principio aliadas, como Massalia (14 %) y Emporion (6 %). Prácticamente la otra mitad del lote monetario es de procedencia púnica, formado por monedas hispano-cartaginesas (27 %), cartaginesas (7 %), Ebusus (6 %) y Gadir (1 %). Es evidente que las monedas del bando púnico, al igual que el armamento, fue objeto de requisa y expolio por las tropas romanas, de aquí su elevado porcentaje. Finalmente el lote se completa con monedas ibéricas (2 %), helenísticas (2 %), de Neapolis (2 %) y Siracusa (1 %). Es interesante constatar como el conjunto de monedas se corresponde con las emisiones de las potencias en conflicto y de sus aliados, especialmente de Massalia y Emporion. También es posible deducir que las tropas legionarias eran pagadas con moneda de bronce, y que gran parte de su stipendium no llegaba de la propia Roma, sino de aliados y sobre todo de la moneda requisada al enemigo. Este panorama refleja la profunda crisis financiera en la que estaba sumergido el estado romano, como se constató durante la rebelión de las tropas del campamento de Sucro (206 a.C.), precisamente por la falta de pago. En cuanto al resto de objetos metálicos hay que resaltar la presencia de estacas de hierro de tiendas de campaña, cosa que revela el carácter provisional del asentamiento. Igualmente son numerosas las fíbulas, los ornamentos y apliques de envases de bronce o los amuletos. Pero los objetos más numerosos son, con mucho, los clavos, mayoritariamente de hierro, pero también de bronce. Su análisis pormenorizado está en curso, pero creemos que en su inmensa mayoría se pueden relacionar con los elementos de madera habituales en los asentamientos militares, ya sean barracones, carruajes, cobertizos, cuadras, sin olvidar las actividades relacionadas con el mantenimiento de las embarcaciones fondeadas o, en algunos casos, con las tachuelas de las caligae. El sometimiento de las rebeliones indígenas El contexto histórico Roma se enfrentó a las poblaciones indígenas de Iberia en el mismo momento en que los cartagineses fueron expulsados de la Península. Así, ya en el 206 a.C. Escipión derrotó una coalición de los Ilergetes y tribus vecinas18. Al año siguiente una segunda sublevación, protagonizada por las mismas tribus, es derrotada en territorio sedetano, después de atravesar la Ausetania del Ebro19. En el 200 a.C. el procónsul C. Cornelio Cetego vuelve a vencer en territorio sedetano20, 17. 18. 19. 20. Ble et al. en prensa. Pol. 11.32; Liv. 28.24.3-4. Liv. 29.2.1-2. Liv. 31.49.7. 38 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 mientras que el año 197 a.C. el procónsul C. Sempronio Tuditano es derrotado y muerto en un lugar indeterminado de la nueva provincia de la Hispania citerior21. Parece evidente que el interior del valle del Ebro es escenario de encarnizados combates entre las poblaciones iberas y los ejércitos romanos. El clima de inestabilidad llega a su clímax con la sublevación generalizada de las tribus ibéricas, ya no sólo las del interior peninsular, sino las que ocupaban la costa hasta la misma Emporion. El desembarco de un ejército consular bajo el mando de M. Porcio Catón en el 195 a.C. y su victoria sobre la coalición de tribus ibéricas en los alrededores de Emporion puso fin a la revuelta. Tras una rápida campaña sometió nuevamente el territorio de Bargusios, Sedetanos, Ausetanos del Ebro y Suessetanos22. Es evidente que la imagen de un territorio pacificado tras la represión catoniana es exagerada, ya que sólo un año después el pretor Sex. Digicio perdió la mitad de sus tropas en la Citerior23. También hay que tener en cuenta que desde inicios del siglo II a.C. los enfrentamientos no se producen únicamente contra las tribus ibéricas, sino también contra las incursiones celtiberas en el territorio de los Iberos del Ebro, sin duda aprovechándose de su debilidad tras largos años de enfrentamientos con Roma. Así, ya en el 195 a.C., las tropas del pretor de la Ulterior, M. Helvio, en su camino para reunirse con el cónsul Catón en Emporion, se enfrentan a los Celtiberos que le salen al paso en Iliturgi24 (probablemente una segunda ciudad con este nombre, en este caso situada al norte de la actual Castellón), mientras que en el 183 a.C. el pretor A. Terencio Varrón lucha contra los Celtiberos que ocupaban los asentamientos fortificados de la Ausetania del Ebro25. El 182 a.C. el nuevo pretor Q. Fluvio Flaco derrota un ejército celtibero junto a la ciudad de Urbicua26, pero no será hasta la llegada de Ti. Sempronio Graco en el 180 a.C. que los combates se desplazaran definitivamente a territorio celtibérico en el interior del valle del Ebro, no apareciendo más citas referentes a focos de insurrección en el Noreste. Las evidencias arqueológicas Es en este contexto de rebeliones indígenas, incursiones celtiberas y represión romana entre el final de la Segunda Guerra Púnica y el inicio de las Guerras celtibéricas que se puede datar la destrucción del poblado ibérico del Castellet de Banyoles de Tivissa. Los trabajos de investigación muestran una ciudad ibérica de 4,2 ha. con niveles de destrucción generalizados en torno a 200 a.C. Desde el año 2007 se han desarrollado cinco campañas de prospección en el exterior del asentamiento, a una distancia de unos 400 metros y sobre una superficie de 11 ha. Los resultados sugieren que el lugar fue ocupado por un campamento de campaña, quizás el que acabó destruyendo el poblado ibérico 27. Este asentamiento presenta características similares al campamento de la Palma: presencia de ánforas greco-itálicas, inexistencia de vajilla, restos de armamento y monedas romanas. La peculiaridad reside en este caso en la proporción del material cerámico itálico (12 %) respecto a la cerámica ibérica, casi en su totalidad material de transporte y almacenaje (88 %). A este respecto hay que recordar que la presencia de ánforas greco-itálicas en el interior de la ciudad ibérica es del 0,5 %, y la vajilla Campaniense A del 1 %, por lo que no cabe pensar que la ocupación extramuros formase parte del mismo núcleo de población. Por otra parte en las inmediaciones de las torres pentagonales se han recogido decenas de glandes de plomo, así como algunos regatones de lanzas. Pero quizás el hecho más significativo es que en las excavaciones antiguas de 1930 y 1937 en las torres se localizaron proyectiles de balista y de catapulta, creemos que lanzados desde el exterior por artillería de torsión que en esta cronología entendemos sólo podía ser romana. Por último, las aproximadamente 40 monedas documentadas en el exterior son mayoritariamente bronces romano-republicanos, aunque también aparecen denarios, quinarios y sestercios, acuñaciones inexistentes en el campamento de la Palma, y además no se ha recuperado ni una sola moneda púnica. Ello nos sugiere una cronología próxima, pero posterior, del campamento del Camí del Castellet de Banyoles respecto al de la Palma. 21. Liv. 33.25.8-9. 22. Liv. 34.20.1. 23. Liv. 35.1.1-2. 24. Liv. 34.10.1-5. 25. Liv. 39.56.1. 26. Liv. 40.16.7. Parece difícil que esta ciudad corresponda a la “Urbiaca” mencionada en el Itinerario de Antonino, como había propuesto Richardson 2000, 140. De hecho, la edición Loeb (Sage & Schlesinger [1938] 1964) la denomina “Urbicna”, mientras que en Belles Lettres (Gouillart 1986) se recoge “Uthicna”. Por su parte, en su muy reciente comentario Briscoe 2008, 454 descarta su antigua sugerencia (“Urbiaca”) y propone en cambio “Utina”. Por su parte, Cadiou 2008, 211, n. 197, al describir el mismo episodio menciona “Uthicna”, probablemente por haber usado la edición “Belles Lettres”. 27. Noguera 2008, 41-47. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 39 Discusión Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Las evidencias arqueológicas disponibles en relación a la presencia militar romana en el Noreste peninsular durante la Segunda Guerra Púnica se reducen a la localización de un campamento de campaña. Su estudio sugiere la presencia de grandes contingentes de tropas itálicas acantonadas en el territorio y con problemas logísticos. La falta de suministros parece que fue resuelta en gran parte por el expolio de los ejércitos vencidos tras las batallas, por la colaboración de los aliados de Massalia y Emporion28 y por la contribución, de buen grado o no, de las tribus indígenas. En cambio, la llegada de provisiones desde la península itálica a las tropas romanas de Iberia parece que fue relativamente limitada. Si exceptuamos los suministros que acompañaron a los refuerzos, sólo se constata en el 217 a.C. una flota de transporte de vituallas destinada a Iberia, que fue capturada por los cartagineses en las proximidades de Cosa29, en el 216 a.C. el envío de una segunda flota de suministros desde Lilybaeum30 y por último, en el 215 a.C., en plena crisis económica, una sociedad de publicani sufragó una flota con vituallas, en concreto ropa y trigo para el ejército, así como todo lo necesario para las tripulaciones de las naves31. Estas mismas dificultades logísticas nos permiten recordar que, tal y como reiteran las fuentes escritas, las tropas se dispersaban en los campamentos de invierno y se reagrupaban a inicios de la primavera para iniciar cada nueva campaña 32. Sin duda durante los descansos invernales se dispersarían por el territorio en contingentes más reducidos, probablemente a cargo de las comunidades indígenas, ya que su concentración en un mismo lugar durante largo tiempo implicaría enormes dificultades de avituallamiento y el agotamiento de los recursos de las comunidades vecinas. Una vez expulsados los cartagineses de la Península Ibérica, los enfrentamientos entre las comunidades indígenas y el nuevo invasor son inmediatos. Durante prácticamente 25 años, los Iberos del Noreste de la Citerior permanecen en un estado de guerra intermitente con las tropas romanas, en ocasiones ayudadas por determinadas poblaciones indígenas, que seguramente ven una oportunidad para deshacerse de molestos vecinos o de enemigos ancestrales. También hay que tener en cuenta que la estructura política, social e incluso militar de las comunidades ibéricas de este territorio debió entrar en un período de inestabilidad y de adecuación a la nueva situación. Prueba de ello serían las incursiones celtiberas en este momento, sin que los pueblos iberos del valle del Ebro tuvieran fuerza para evitarlo. Ello nos lleva a pensar que, entre el 205 y el 181 a.C., la presencia de auxiliares indígenas en las legiones romanas fue más significativa que en el período anterior. El clima de inestabilidad descrito tiene su reflejo arqueológico en la destrucción de la ciudad ilercavona del Castellet de Banyoles, en Tivissa, y su más que probable relación con los restos de un campamento de campaña en el exterior del asentamiento. Cómo hemos comentado, la presencia de material ibérico en este campamento es mayoritaria, lo que nos lleva a preguntarnos por el motivo. Una de las explicaciones, quizás la más probable y lógica, sea que las tropas romanas se avituallaban sobre el terreno, a expensas de las poblaciones ibéricas (en palabras de Catón, bellum se ipsum alet33). Otra posibilidad, que de hecho no excluye a la primera, es que entre las tropas romanas o itálicas hubiese un porcentaje significativo de tropas auxiliares indígenas, una colaboración que ya se había producido desde los primeros compases de la Segunda Guerra Púnica en la Península Ibérica34. La comparación de los materiales arqueológicos documentados en la Palma y en Camí del Castellet de Banyoles, sobre todo las monedas, ha permitido diferenciar dos momentos cronológicos para cada uno de estos yacimientos, la Segunda Guerra Púnica y el sometimiento de las rebeliones indígenas, respectivamente. Esta posibilidad puede abrir una nueva vía de estudio de los restos arqueológicos asociados a los niveles de destrucción y abandono de numerosos asentamientos ibéricos, y conseguir así discriminar a cuál de los dos momentos de inestabilidad y conflictividad militar pertenecen. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. Para una revisión reciente y polémica de esta problemática cf. López-Sánchez 2010a. Liv. 22.11.6. Pol. 3.106.7. Liv. 23.48.4-12. Erdkamp 2010, 138-139. Pol. 3.95.3; Pol. 10.37.6; Liv. 25.32.1; Liv. 26.41.2; Liv. 29.2.1. Liv. 34.9.12. Cadiou 2008, 667. 40 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO El segundo momento de estrés bélico 125-70 a.C.: implantación (fig. 2) Introducción Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Después de un largo período en que el teatro de operaciones se desplaza hacia el oeste de la Península Ibérica, y en que el Noreste de la Citerior conoce un relativo periodo de paz, o mejor dicho, de inactividad bélica e “invisibilidad militar”, con la caída de Numancia el panorama empieza a cambiar. Si bien las fuentes escritas y la práctica ausencia, con pocas excepciones, de datos prosopográficos sobre la presencia continuada de comandantes romanos en la Citerior no aportan mucha información relativa a los sucesos que irán teniendo lugar, sí que resultan contundentes. Igualmente, hay que hacer notar la existencia de una serie de sucesos extrapeninsulares que se demostrarán directamente relacionados con la dinámica contemporánea de la Citerior. Se trata de las circunstancias que rodean la creación de la nueva prouincia de la Galia transalpina (a partir del 125 a.C.). En este sentido, se ha sugerido la existencia de un vínculo histórico entre el programa de adecuación de vías que se detecta en la Hispania citerior, y que resulta posible inferir a partir del amojonamiento de diferentes ejes de comunicaciones del Noreste peninsular35, y los programas de construcción de vías en la Galia transalpina, del 120/118 a.C. en adelante. Si damos crédito a un controvertido comentario de Polibio, la construcción de la Via Domitia podría haber contenido los planes para extender estas obras hasta la Citerior36. Por otra parte, en un conocido pasaje de Estrabón se nos hace evidente que el principal interés de la República en la Galia transalpina era la seguridad del transporte público, y en particular de su ejército, que circulaba por la vía que unía Italia e Hispania37. Según su descripción, sería entonces posible imaginar que, al menos en las primeras décadas de su existencia como tal, la provincia transalpina en sí constituía una línea simple de varios reductos fortificados (Narbo entre ellos), con la misión de asegurar un camino que, a su vez, había sido rodeado por un cordón sanitario de unos pocos kilómetros a cada lado38. Parecen haber existido, pues, poderosas razones militares detrás del programa de construcción de las primeras vías republicanas diseñado para Hispania, que tenía una estrecha relación con el llevado a cabo en el otro lado de los Pirineos desde el c. 120 a.C.39. Volviendo a los sucesos que marcan claros hitos de actividad militar en nuestra área de estudio durante este periodo, podríamos considerar la campaña de conquista de las Baleares por Q. Cecilio Metelo en el 123 a.C., como un primer evento significativo, aunque revista un carácter un tanto tangencial desde el punto de vista geográfico. Sin embargo, los sucesos más relevantes serían, por un lado, la afectación producida por las Guerras címbricas (114-102 a.C.), tanto en el caso de su penetración en la Península Ibérica en el año 104 a.C., como por la intensa actividad militar generada al norte de los Pirineos y, por otro, la Guerra de Sertorio (83-72 a.C.). Para la primera confrontación contamos con la referencia de Livio sobre el paso de los Pirineos por parte de los Cimbrios, de sus correrías y algaras por la Citerior, hasta ser detenidos por los Celtiberos, que los obligan a regresar hacia el norte, y cruzar de nuevo los Pirineos. Aunque no sepamos a ciencia cierta el grado de afectación que este suceso tuvo en el territorio nororiental de la Citerior, dado que las fuentes no nos informan de ello, parece indudable que debió poner de manifiesto la fragilidad del sistema organizativo y de estructuración territorial implantado por Roma a lo largo del siglo II a.C.40, percepción que muy probablemente así permanecería en el imaginario colectivo de los pobladores de la zona. Al mismo tiempo, creemos que ese conflicto, en su mayoría localizado al norte de los Pirineos, también afectó, en este caso de forma indirecta, la gestión de los asuntos militares en el Noreste, precisamente a causa de la necesidad de organizar unas estructuras logísticas que permitiesen enviar soldados y recursos hacia las áreas más directamente afectadas por el conflicto, sobre todo cuando los invasores habían comprometido seriamente la organización romana en la Transalpina. 35. Sanmartí Grego 1994, 360; Ariño et al. 2004, 123. 36. Pol. 3.39.8. Cf. Beltrán Lloris & Pina Polo 1994, 112-113; Salomon 1996; Chevallier 1997, 203; Mayer & Rodà 1997, 115; Arrayás 2007, 55-56; Arnaud 2007, 503-505. 37. Str. 4.6.3. 38. Pralon 1998, 21-22; Evans 2008, 87-88. 39. Ideas ya apuntadas en Ñaco del Hoyo & Principal en prensa. Recientes estudios sobre la moneda ibérica también corroboran algunos de estos datos: López-Sánchez 2010b. 40. Evans 2005. Hay que tener en cuenta que inmediatamente después de la expulsión de los Cimbrios de la Península Ibérica (102 a.C.), Roma envió una segunda comisión senatorial a Hispania después de la que despachó a Numancia en el 132, y con anterioridad a una tercera, probablemente enviada durante los años 90 a.C. (Pina Polo 1997; Barrandon 2007). LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 1 6 2 13 12 11 7 (?) 5 3 8 9 10 (?) 4 0 N 400 1000 2000 | 0 100 Km Fig. 2. Yacimientos del período 125-70 a.C. citados en el texto. Ciudades: 1. Narbo; 2. Emporion; 3. Ca l’Arnau (Cabrera de Mar); 4. Tarraco; 5. Ilerda. Castella; 6. El Castellot (Bolvir)+asentamiento indígena; 7. Can Tacó (Montmeló); 8. Olèrdola+asentamiento indígena; 9. Puigpelat; 10. Sant Miquel de Vinebre (Vinebre); 11. Monteró (Camarasa). Espacios logísticos; 12. Camp de les Lloses (Tona). Turres; 13. Puig d’Alia (Amer). – 41 42 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO En cuanto a la Guerra de Sertorio, ésta resulta el último apéndice de la guerra civil entre populares y optimates la cual en Hispania tomará un cariz más “provincial”, sintonizando con un sentimiento de respuesta a la rigidez de la política romana en los espacios periféricos bajo control de la urbe. Las fuentes nos confirman de manera clara y contundente que el Noreste de la Citerior fue uno de los teatros de operaciones de esta guerra, y que se vio afectado por las operaciones militares hasta su fin, en el 72 a.C. La obra de pacificación y reorganización de Pompeyo en Hispania culmina el proceso. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Las evidencias arqueológicas Como hemos avanzado más arriba, la visibilidad de la milicia en el territorio durante el segundo tercio del siglo II a.C. resulta prácticamente nula pese a que el tránsito de tropas desde puntos costeros, como Tarraco, y hacia el interior de la península (vía iltirta-Ilerda, quizá, y siguiendo el valle del Ebro), tendría que haber sido recurrente. El espacio de tránsito es un espacio de no permanencia de los contingentes pero sí de difícil gestión, pues requiere de un sistema de comunicaciones y de una red de circulación mínimamente estructurada, funcional y eficiente que permita los desplazamientos con ciertas garantías, pero también la operatividad de una cadena logística destinada al mantenimiento de los contingentes. Asimismo, dicha red logística necesariamente ha de cumplir funciones de control territorial y de captación y mantenimiento de recursos. Esta situación, que se presenta diferente respecto de la que nos muestran los momentos precedentes, es debida a la progresiva transformación que se ha ido operando en el territorio, en el cual, de un período de intensa hostilidad y lucha con les pueblos indígenas, marcado por la inestabilidad, se pasa a un ambiente de presencia consolidada y hegemónica romana. Asimismo, las circunstancias sociopolíticas de los “aliados” indígenas han cambiado ya que, en muchos casos, a pesar de mantener su estilo de vida, cultura material y lengua, han ido perdiendo progresivamente sentido estatal y, de facto, su independencia como entidades políticas autónomas. Así pues, en relación con este segundo momento de estrés bélico, entre el 125-70 a.C., parecen detectarse arqueológicamente diferentes modalidades de asentamiento que sería posible vincular a actividades militares, aunque en algunos casos existen más dudas que certezas sobre su correcta identificación. Los que aquí trataremos como ejemplos de funcionalidad diversificada son: El Camp de les Lloses, los castella de Monteró, Olèrdola y Puigpelat, y la turris de Puig d’Alia. El Camp de les Lloses El Camp de les Lloses (Tona, Barcelona)41 se encuentra en la parte meridional de la llanura de Vic, en un cruce de caminos naturales, punto estratégico en la red de comunicaciones que conectan la Cataluña central-interior y la zona central de la costa catalana. Se trata de un asentamiento compuesto, hasta el momento, por un conjunto de tres edificios (edificios A, B y parte de otro, el C), que serían, en realidad, los restos de tres casas diferentes que siguen un patrón típico arquitectónico de raíz itálica. Desde el punto de vista funcional, el edificio B muestra un claro sentido doméstico, mientras que el A parece combinar tanto actividades domésticas como manufactureras, ya que ha sido posible documentar un espacio de evidente trabajo metalúrgico en las zonas central y anterior de la casa. En cuanto al edificio C, el área excavada se ha interpretado como la parte posterior de una casa, es decir, un hortus. En el complejo se han identificado hasta tres talleres metalúrgicos que operaban simultáneamente. Uno de ellos se centraba en el trabajo del hierro, a modo de fragua, en donde se fabricaban y reparaban diferentes tipos de utensilios; son especialmente prolijos los hallazgos de clavos y cuchillos, herramientas en general, pero también se han documentado algunas armas e incluso restos de llantas de rueda, seguramente de un carro. Los otros dos talleres estaban dedicados al trabajo del bronce, siendo su actividad principal la fabricación de pequeños clavos (de 1-2 cm de longitud) a partir del reciclaje y transformación de objetos de bronce de procedencia y tipología heterogénea pero siempre rotos, fracturados o inutilizados como denominador común. Se trata de mobiliario, restos de vasijas, incluso pequeña estatuaria, algunas de ellas piezas itálicas de calidad, las cuales fueron adquiridas y almacenadas aquí a la espera de su transformación en pequeños clavos. 41. Para una visión más detallada del conjunto de evidencias que se exponen en los párrafos siguientes, cf. Duran et al. 2008. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 43 En cambio, el edificio B debe considerarse como una casa propiamente dicha, con áreas domésticas y representativas. Varios objetos pertenecientes a un hipotético larario fueron encontrados cerca de un nicho practicado en una de las paredes42, además de una gran cantidad vajilla de mesa, algunos artículos de juego y un pequeño guardasellos de hueso 43.. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 La presencia de numerario resulta también destacable en el yacimiento, con más de 150 piezas documentadas, tanto de plata como de bronce. Se trata fundamentalmente de bronces ibéricos, los cuales sobrepasan el 90 % de las piezas computadas, con grado de desgaste cero en su mayoría. Las cecas mejor representadas corresponden al territorio ausetano, a saber, Ausesken, Eusti y Ore, con presencia asimismo de Iltirkesken. También cabe mencionar algunas series del área layetana como Laiesken, Baitolo e Ilturo, y la presencia más esporádica de Kese, Untikesken, Iltirta, Bolskan, ArseSaguntum y Castulo. La facies cerámica nos da una idea aproximada acerca de la vida diaria en el sitio. Una combinación de materiales importados y de producción local-regional, con clara prevalencia de este último grupo, determina las tendencias de consumo. Dominan claramente las producciones ibéricas, lisas y pintadas (común y de servicio; con algunas imitaciones de paredes finas), pero con una no desdeñable presencia de cerámica a mano, relacionadas con las actividades culinarias. En cambio, la cerámica importada se centra en la vajilla de mesa, a saber, barniz negro Campaniense A de las variantes media/tardía y vasos de producción calena media; las ánforas importadas, procedentes mayoritariamente de la zona campana, con algunos ejemplares apuliotas y surhispánicos, y ya en menor medida norteafricanos y ebusitanos, aparecen en porcentajes bajos, así como la cerámica de cocina itálica. Otro aspecto importante del sitio es la presencia de enterramientos infantiles, ritual ampliamente difundido entre las poblaciones iberas44, y no desconocido de romanos e itálicos45. En cada edificio se ha documentado una inhumación, cuya ubicación no parece responder a una disposición regular bien que la deposición siempre esté relacionada con la remodelación del espacio en que se halla; cabe destacar, asimismo, algunos elementos que indicarían rituales particularizados en cada caso: por ejemplo, debajo del ENT-1 apareció, a manera de ajuar o de deposición propiciatoria, un especie de dolabrum de hierro en perfecto estado; mientras que el ENT-2 fue hallado en el interior de una cubeta usada para el trabajo del bronce. También vale la pena mencionar el casual descubrimiento en la década de los años 20 del siglo XX, a 100 m al este del sitio, de una estela figurativa que representa una lucha de guerreros. El estudio iconográfico de la estela permite vincularla con los tipos bajoaragoneses fechados a finales del siglo II a.C. En este caso concreto habría que excluir un significado o función funeraria dado su contexto de aparición, siendo quizá más válida la hipótesis que apuntaría hacia hitos territoriales o incluso relacionados con identificadores de grupos de guerreros indígenas46. En relación con la cronología del sitio, tanto el mobiliario como el numerario se inscriben en una facies situable, grosso modo, entre el 125-75 a.C., horquilla en la que se debería emplazar la fundación del complejo así como su abandono pacífico, pero excesivamente apresurado. Monteró El sitio de Monteró (Camarasa, Lérida) está situado a las puertas de las sierras prepirenaicas, en la cima de una colina en el margen derecho del río Segre. Se trata de un cerro aislado (575 m sobre el nivel del mar), de difícil acceso, pero con un óptimo control visual sobre el río (hacia el norte y el sur) y la gran llanura leridana (hacia el Sur y Suroeste/ Sureste). Dicha ubicación privilegiada confiere al yacimiento un carácter estratégico respecto del control del territorio y de su red de comunicaciones. Si bien los restos arqueológicos parecen extenderse por toda la superficie superior del cerro, las intervenciones llevadas a cabo hasta el día de hoy se han centrado en dos únicas áreas. El área 1 está situada en la parte central y más llana del cerro, en donde dos grupos diferentes de estructuras se han identificado: el primero (zona 2), al Oeste, parece ser una batería de habitaciones complejas que siguen un patrón en forma de L, con techumbre de cañizo, pero algunas de ellas con pavimentos elaborados en opus signinum y con paredes enlucidas que muestran una policromía muy básica 42. 43. 44. 45. 46. Entre los cuales destaca una árula portátil de yeso, con restos de policromía, así como, en su parte superior, indicios de combustión. Que podría indicar algún tipo de correo administrativo conectado con el ámbito militar; cf. Derks & Royman 2002, 89-92. Gusi & Muriel 2008. Pearce 2001, 126-127. Quesada 2000; Burillo 2002. Contra Garcés & Cebrià 2003. 44 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO (gris oscuro o marrón beige); esta zona occidental fue afectada por un incendio que provocó su destrucción final. Por otra parte, hay que mencionar el hallazgo de restos humanos in situ en esta zona: en la base del muro de cierre del sector 8, apareció la mitad inferior de un esqueleto (parte de la pelvis y piernas flexionadas), correspondiente a un varón de unos 15 años, cubierto por el derrumbe de la habitación47. En el segundo grupo (zona 8), sólo se ha descubierto un edificio, así como los restos de un muro perimetral, muy maltrecho y mal conservado48, que debería haber funcionado como muralla. Destacan los hallazgos del sector 12, donde la vajilla de mesa era abundante, encontrándose también una fina lámina de plomo enrollada, que una vez restaurada ha ofrecido una inscripción en lengua ibérica. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Entre las zonas 2 y 8 se ha detectado un espacio vacío de 7 m de ancho, lo que podría interpretarse como un lugar abierto o un eje viario central o calle. El área 2 se encuentra unos 100 m al norte de la 1. Consiste en una batería de estructuras de planta rectangular, que siguen un patrón o secuencia antesala (parte anterior, al Este)/sala (parte posterior, al Oeste); el conjunto en encuentra en muy mal estado, afectado por la erosión y la actividad antrópica moderna. La cultura material muestra gran similitud con la de El Camp de les Lloses, sobre todo a nivel de mobiliario cerámico y metálico. En cuanto a la cerámica, los productos locales-regionales predominan de nuevo sobre los importados: la cerámica ibérica oxidada, lisa en su mayoría, con formas de vajilla, servicio y almacenaje resulta mayoritaria, con el complemento de algunos vasos pintados (cálatos y jarras), así como cerámicas grises ampuritanas, producciones del área ilerdense y cerámicas a mano, de tipo culinario. Entre el material importado destaca la vajilla de barniz negro, igualmente Campaniense A media/ tardía y calena media, algún cubilete de paredes finas y, por último, las ánforas, minoritarias, con mayoría de continentes itálicos campanos y algún ejemplar norteafricano. El hallazgo de objetos metálicos también ha sido importante, entre los que destacan restos de vasijas de bronce, alguna pieza de tocador, pesos de plomo y artículos de juego. Por último, y aunque su aparición en excavación no haya sido muy abundante, se tiene noticia de importantes descubrimientos de numerario ibérico de bronce procedente de actividades de expolio49. Igualmente se documenta armamento: ejemplos de puntas de flecha de bronce, glandes de plomo y lanzas de hierro. Sin embargo, los hallazgos más notables son tres láminas de plomo epigráficas, inscritas en signario ibérico. Los tres documentos han sido datados paleográficamente del siglo II a.C., y aunque no es posible obtener una traducción aceptable, el texto parece corresponder a una especie de inventario, junto con algunos antropónimos50. Un elemento más que nos lleva a considerar que Monteró podría responder a un asentamiento de tipo militar es su estructura y diseño arquitectónico con importantes vinculaciones con los modelos de castrametación republicanos. Así, 47. Debido a la importante erosión de la zona no fue posible localizar la parte superior del cuerpo. El estudio antropológico de los restos exhumados apunta a una rotura/fractura de la pelvis en un momento postmortem avanzado, que podría haber sido debida a la exposición de ésta durante el proceso postdeposicional erosivo de la zona, lo cual habría conllevado la pérdida de toda la mitad superior del esqueleto. Así pues, resulta imposible determinar la causa de la muerte y tampoco si sufrió algún tipo de violencia, pues las partes documentadas no aportan ningún indicio en tal dirección. Sin embargo, no deja de ser sugerente la aparición de restos humanos en un contexto de este tipo, datables del momento de abandono del sitio, y que nos hacen pensar en los hallazgos del poblado ibérico del Cerro de la Cruz (Almedinilla, Córdoba), donde se documentaron diversos esqueletos con signos evidentes de violencia y mutilaciones provocadas por una acción bélica (Quesada et al. 2010, 92-95; López Flores 2010). 48. De hecho, todo el yacimiento presenta un deficiente estado de conservación, en primer lugar porque durante la Guerra civil española se estableció en el sitio un destacamento de observación de artillería del Ejército popular republicano (72 División) que fortificó mínimamente el sitio, reutilizando buena parte de los restos arqueológicos que en la primavera de 1938 aún eran visibles; además, Monteró fue objeto de una acción militar por parte del ejército rebelde fascista que dañó considerablemente el conjunto, en diciembre de 1938. En segundo lugar, durante la década de los años 60-70 del siglo pasado, el yacimiento sufrió innumerables actos de saqueo y expolio debido a su fama como fuente de hallazgos metálicos (cf. Ferrer et al. 2009, 112-114). 49. Hasta el día de hoy, en excavación, sólo han aparecido cinco piezas que corresponden a unidades ibéricas de bronce de Iltirta. Existen hasta 36 piezas más, conservadas en el Gabinete Numismático del Institut d’Estudis Ilerdencs (Gurt & Tuset 1982; Ferrer et al. 2009, 132-133). Con todo, por comunicaciones orales de aficionados locales, hemos sido informados de numerosos hallazgos de numerario acaecidos en el decurso de acciones de expolio en el yacimiento. 50. El plomo más extenso proviene de la excavación del sector 12 (Camañes et al. 2010); los dos restantes de compra por parte del Institut d’Estudis Ilerdencs (Ferrer et al. 2009, 115-129). Hay que advertir, no obstante, que existen serías dudas sobre la localización exacta de los hallazgos de los plomos no aparecidos en excavación. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 45 el área 2 claramente se asemeja al tipo de estructuras en hemistrigia, con la disposición arma/papilio de los barracones campamentales republicanos51. En cuanto a la cronología, la facies cerámica se inscribe claramente, al igual que en el caso de El Camp de les Lloses, en una horquilla entre 125-75 a.C., sin que se haya detectado ningún indicio ocupacional ni anterior ni posterior a este momento. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Olèrdola El castellum de Olèrdola (Olèrdola, Barcelona) ocupa la planicie superior de la montaña de St. Miquel d’Olèrdola, situada en las estribaciones meridionales de la Sierra del Garraf, lo cual le otorga un dominio visual inmejorable de las sierras del Ordal y del Garraf, así como de la llanura del Penedès y de las vías de comunicación que articulan la zona, entre las cuales hay que contar el antiguo trazado de la vía Heraclea. Se trata de un asentamiento con una larga secuencia cronocupacional que abarca desde el calcolítico hasta el período medieval, que sigue el modelo de los poblados en barrera, con una imponente muralla que cierra la parte más accesible a la altiplanicie por el suroeste. Si bien las primeras fases de la muralla datan de la edad del bronce52, es en época tardorrepublicana cuando se detecta una importante refacción de la misma: se la dota de más entidad y solidez con una fábrica constructiva en opus siliceum53, torres, interuallum y un acceso fortificado, flanqueado por torres cuadrangulares y con un probable cuerpo de guardia54. De este momento dataría también la construcción, por un lado, de una gran cisterna, cuya capacidad sobrepasa las necesidades de consumo que hasta aquel momento la población del asentamiento había tenido; y, por otro, de una torre-atalaya en la parte más alta de la montaña55. Además, también se ha localizado en el yacimiento equipamiento militar, armas (fundamentalmente glandes de plomo)56, restos de un molde de proyectiles de honda57 y numerario58. Todo ello ha llevado a considerar que Olèrdola habría sido ocupado por un contingente militar59, responsable de la remodelación del complejo defensivo y de la construcción del aljibe, con la misión de supervisar el territorio, pero sobre todo la de controlar la vía romana principal, que unía la costa del Noreste de la Citerior, de norte a sur hacia Tarraco, a su paso por el Penedès60. Sin embargo, su período de actividad parece haber sido relativamente breve, situándose entre finales del siglo II e inicios del I a.C., puesto que el abandono de las estructuras no se dataría más tarde del inicio del segundo cuarto del siglo I a.C.61. Quizá también dentro de este “tipo” de castellum podría encuadrarse, con matices, el yacimiento de El Castellot (Bolvir, Gerona). Se trata de un pequeño oppidum indígena, que tendría su origen en el siglo V a.C., situado en la parte superior de un cerro que domina el acceso a la llanura ceretana. Hacia finales del siglo II/inicios del I a.C. muestra una remodelación de su complejo defensivo que sigue claramente patrones itálicos: modificación de la muralla, construcción de 51. Ñaco del Hoyo & Principal 2012. El parecido, en planta, entre el modelo de los barracones localizados al sur del praetorium del campamento numantino de Peña Redonda, propuesto por Schulten (en concreto las series 14-19), y los del área 2 de Monteró resulta sorprendente (a nivel de diseño, medidas y disposición); cf. Pamment Salvatore 1996, 102-105 y Dobson 2008, 341-347. 52. Álvarez et al. 1991. 53. Palmada 2003, 266-268. 54. Bosch et al. 2003, 351-354; Molist 2008b. La muralla ofrece indicios de una construcción rápida, en algunos lugares tosca, que incluso llevaría a plantear la posibilidad de que se tratase de una obra inacabada. 55. Bosch et al. 2003, 351-354; Molist et al. 2008b, 605-606. 56. Molist 2008c, 429-430. 57. Molist et al. 2008a, 577-578. 58. Bosch et al. 2003, 354. 59. El equipo responsable del estudio del yacimiento, considera que se habría tratado de un destacamento de caballería, debido al hallazgo de algunos elementos relacionados con los arreos y jaeces de las monturas, así como por la construcción de la cisterna, que podría haber tenido como misión no sólo aprovisionar de agua a la milicia, sino también a los caballos. Igualmente apuntan hacia la presencia de tropas auxiliares en virtud de los proyectiles de honda, y de su molde correspondiente, pero prefieren situar también tropa legionaria debido a la unidad de caballería (Bosch et al. 2003, 354; Molist et al. 2008b, 605-606, nn. 18 y 19); sin embargo, este hecho no haría más que consolidar la hipótesis de la presencia de auxilia en Olèrdola ya que las turmae tardorrepublicanas estaban compuestas mayoritariamente por tropas auxiliares (Harmand 1967, 46; Dixon & Southern 1997, 22). Por último, consideran que la tropa habría convivido con los pobladores indígenas del sitio, pues no se detecta ninguna cesura en la ocupación del asentamiento ibérico en este momento; así, y debido a la inexistencia de evidencias de castrametación o de estructuras residenciales militares, sitúan el hipotético emplazamiento del contingente militar en la parte central/media de la montaña, entre el aljibe y el emplazamiento actual de la iglesia románica (Bosch et al. 2003, 354; Molist et al. 2008b, 606). Esta hipotética situación de convivencia entre milicia a las ordenes de Roma y población indígena, cohabitando en un espacio indígena, concuerda bien con la institución romana del hospitium militare (Ñaco del Hoyo 2001, 63-90), que podría haberse dado perfectamente en Olèrdola. 60. Bosch et al. 2003, 356. 61. Tanto la fortificación romana del sitio como su temprano abandono son atribuidos a alguna de las circunstancias bélicas en las que se ve involucrado el Noreste de la Citerior, a saber, desde la invasión cimbria a la Guerra de Sertorio: Molist et al. 2008b, 606. 46 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO una nueva entrada flanqueada por torres de modulación romana y de lo que podría ser un puesto de guardia; sin embargo, no se detectan cambios evidentes ni en su estructura interna ni en la cultura material, y tampoco se registran ni elementos de armamento ni numerario. La interpretación que actualmente plantean sus excavadores es la de un asentamiento indígena que a partir de finales del siglo II a.C. caería bajo control de Roma, interesada en controlar los accesos y los pasos pirenaicos: se reordenaría su complejo defensivo a la manera romana y posiblemente recibiría también una guarnición romana62. El abandono del asentamiento, hacia finales del segundo tercio del siglo I a.C., se debería a la consolidación de Iulia Libica (Livia, Gerona) como municipio a partir del cual se estructura el espacio ceretano. Puigpelat Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 El cuarto ejemplo dentro de este período sería el castellum de Puigpelat (Puigpelat, Tarragona), que se extiende por la parte superior de un pequeño cerro situado estratégicamente en un espacio que permite el control del eje de comunicación entre Tarragona y las zonas interiores de la depresión central catalana. Los restos aparecieron en muy mal estado de conservación, con lo cual su lectura resulta, en cierta medida, difícil. Sin embargo, las distintas campañas de excavación que se han desarrollado han permitido determinar que se trataría de un sitio fortificado, de planta rectangular, con un muro perimetral que sólo ha sido detectado parcialmente; hacia el sureste, se documentó también parte de un espacio trapezoidal, limitado asimismo por un muro perimetral, y que ha sido interpretado, a manera de hipótesis, como un espacio abierto o como una liza. La construcción del castellum, tal y como nos muestran sus estructuras, corresponde a una fecha de inicios I a.C., quizá de primer cuarto. A pesar de detectarse algunos materiales anteriores (presumiblemente de finales del siglo III a.C./inicios II a.C., sin contexto vinculable, y que corresponderían a una ocupación anterior indefinida), la facies resulta suficientemente uniforme respecto de dicha datación, con un claro dominio del material de producción local-regional (c. 90 %) sobre el importado63. La cerámica ibérica oxidada es mayoritaria, con una clara prevalencia de los vasos de transporte y almacenaje, que superan holgadamente a las cerámicas de servicio y de cocina (éste último grupo de producción a mano). Las cerámicas de mesa importadas son del tipo Campaniense A media/tardía, barniz negro caleno tardío, algunas imitaciones de pasta gris y paredes finas; las ánforas son de producción itálica campana, con algunos ejemplares norteafricanos y surhispánicos; y, por último, hay que mencionar la presencia también de ejemplares de cerámica común itálica (cazuelas y tapaderas), entre los que destaca una cazuela de barniz rojo interno pompeyano. Igualmente interesante es el hallazgo de posibles proyectiles pétreos de artillería, de pequeño formato, en los rellenos constructivos64. Su establecimiento se ha vinculado a la necesidad de controlar las rutas de comunicación del entorno de Tarragona, como un punto a aprovisionamiento o de guarnición con labores “policiales”, dentro de la dinámica de la nueva organización territorial que se identificaría con la centuriación Tarraco III65, fechada en este momento66. El desmantelamiento de la fortificación tendría lugar en un momento tardío del siglo I a.C., hacia la última década de la centuria, tal y como muestra la facies cerámica asociada al nivel de abandono, con dominio igualmente de la cerámica 62. Olesti & Mercadal (2010, 133) ponen en relación la remodelación de El Castellot con alguno de los sucesos del 81 o 77-72 a.C. (e incluso 49 a.C.), en que se habría producido una instalación de guarniciones romanas en los pasos pirenaicos (e.g. Plut., Sert., 7.1-13). 63. Díaz García 2009, 59-89. 64. Ibid., 83. 65. Ibid., 117-119. Díaz García sitúa la datación del primer asentamiento o de la hipotética primera fase del castellum durante la Segunda Guerra Púnica a partir del hallazgo de cerámicas que claramente ofrecen cronologías situables a finales del siglo III a.C. o inicios del II a.C. Sin embargo, tales materiales, minoritarios, provienen de los rellenos constructivos que marcan la edificación de las estructuras del castellum excavado. En consecuencia, nos resulta bastante cuestionable plantear la existencia de un asentamiento anterior a inicios del siglo I a.C. (y que veladamente ya se definiría como militar), únicamente en base a la cultura material de los niveles de regularización. La presencia de tales materiales nos indica de manera bastante débil, la posible existencia de una ocupación, o incluso sólo frecuentación, anterior a inicios del siglo I a.C., cuya morfología, sentido y cronología exacta se desconocen. Si bien es cierto que la ubicación estratégica del yacimiento es notable, continúa siendo un argumento débil sobre el cual fundar una hipótesis tan compleja y significante como la de la existencia de un castellum o un asentamiento en aquel lugar durante la Segunda Guerra Púnica. Igualmente, la imposibilidad de llevar a cabo la excavación de los recintos inferiores (Ibid., 39) nos impide disponer de una fecha para la construcción de los mismos, que el autor supone, en función de la diferente alineación y disposición arquitectónica, anterior a la construcción del recinto superior. Es decir, que tampoco existe la certeza absoluta de que tales recintos inferiores fuesen originales y pertenecientes a la hipotética fase inicial o que en caso de haber sido así, fuesen un castellum. En cambio, sí que se tiene constancia de que sus niveles de uso eran contemporáneos a los del recinto superior, el único excavado. 66. Palet 2007, 53-56. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 47 indígena pero con presencia ya Terra Sigillata itálica67. De nuevo se documentan en esta fase algunos proyectiles de artillería, entre los que destacan un par de ballista, de formato superior a los de la fase precedente68. Puig d’Alia Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 La torre de Puig d’Alia (Amer, Gerona) es una edificación de planta rectangular (c. 10 x 8 m), de fábrica poligonal ciclópea, maciza, situada en la parte superior de un cerro que dispone de un excelente dominio visual sobre el valle del Ter y los caminos que conectan la parte más occidental del territorio gerundense con la depresión prelitoral catalana y la vía Heraclea69. A pesar de que no se ha practicado excavación alguna en el sitio, el estudio arquitectónico pormenorizado de la fábrica constructiva de los paramentos aboga por una cronología romano-republicana, hecho que se vería confirmado por el hallazgo superficial de cerámica de esa misma época, y posterior, el entorno próximo de la torre70. Se le otorga una función vinculada a la vigilancia territorial, de caminos y vías debido a su ubicación estratégica y gran control visual sobre los territorios adyacentes, es decir, una atalaya o una torre de señales71. Sin embargo, a la luz de los estudios recientes, parece ser que esta torre sería la única, de las ya conocidas y repetidamente consideradas como romanas en la bibliografía desde finales del siglo XIX, que podría relacionarse con un momento romano-republicano de c. 100 a.C.72. Varia En este punto queremos hacer mención de al menos dos yacimientos que, si bien resultan atractivos respecto de su interpretación como espacios militares, ofrecen todavía importantes interrogantes, aunque en la bibliografía actual aparecen considerados como castella. El primero de ellos, el yacimiento de Sant Miquel de Vinebre (Vinebre, Tarragona) se encuentra en la parte superior de un cerro que domina de manera inmejorable uno de los espacios de tránsito del río Ebro por excelencia, el Pas de l’Ase73; así pues, su ubicación parece seguir patrones claramente estratégicos. Su tipología responde a la de los poblados indígenas en barrera: el espacio interior se organiza a partir de dos calles orientadas N-S que marcan la disposición de las unidades de habitación, queda delimitado por un muro de cierre, con una torre, que se alza en la zona de acceso al poblado. La cultura material muestra una preponderancia de cerámicas ibéricas a torno (variantes oxidada, gris y pintada), con presencia de ánforas y vajilla de mesa de barniz negro de importación; también hay que mencionar el hallazgo de objetos metálicos, numerario de bronce ibérico, vidrio y objetos suntuarios de gran valor74. Asimismo también se han detectado evidencias de actividades productivas textil (pondera, fusayolas75) y de transformación de productos agrícolas (prensa vinícola76). Su fundación habría tenido lugar a finales del siglo II a.C., con una remodelación posterior que afectaría su complejo defensivo y su estructura urbanística interna, situable c. 100 a.C.; según sus excavadores, hacia el 45-44 a.C. sería destruido y definitivamente abandonado. Las interpretaciones sobre el sentido y la funcionalidad del sitio han apuntado tradicionalmente en dos direcciones77: a: La fundación habría sido iniciativa de un pequeño grupo de familias indígenas con un alto grado de aculturación; b: Se trataría de un contingente militar “romano” compuesto por indígenas o itálicos, con la misión de establecer un punto 67. Díaz García 2009, 110-115. 68. Ibid., 107. 69. Llinàs et al. 1999; Nolla et al. 2010, 74. 70. Llinàs et al. 1999, 99-101. De hecho, se le otorga un período de actividad que iría desde finales del siglo II a.C. hasta primera mitad del I p.C., momento en que el control y vigilancia de las vías sería ya innecesario. 71. Pera 2008, 29-30. 72. Otras torres “romano-republicanas” como las de La Torrassa del Moro (Llinars del Vallès, Barcelona), Tentellatge (Navès, Lérida), Castell de Falgars (Beuda, Gerona) o Torre de la Mora (Sant Feliu de Buixalleu, Gerona), supuestamente atalayas relacionadas con la observación y vigilancia de ejes de comunicaciones, y que tendrían su origen en el programa de estructuración territorial y viario del Noreste de la Citerior a finales del siglo II a.C. (Sanmartí Grego 1994, 360), no ofrecen datos concluyentes para ser consideradas como tales, siendo más convincentes los argumentos en contra que no a favor de una hipotética adscripción romano-republicana (Pera 2008, 22-31). 73. Genera 2009. 74. Genera 1978; Sanmartí Grego 1978; Campo 1978; Genera et al. 2002, 256-260; Genera et al. 2005b; Genera 2010, 249-252. Sin embargo, no se tiene noticia del hallazgo de armas, a excepción de algún glande de plomo (Genera 1978, 29 y 40) o ya de un conjunto de ellos que aparecieron incrustados en la estructura defensiva (Genera et al. 2005a, 113); tales evidencias llevan a pensar que dichas armas ofensivas no se encontraban en el hábitat sino que procedían del exterior. 75. Genera 1978, 39-40. 76. Id. 2010, 251-252. 77. Genera et al. 2002, 261. 48 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 de control territorial y vigilancia en un espacio geoestratégico de primer orden; el final del yacimiento sería debido a una acción bélica en el marco de la guerra civil entre César y Pompeyo. Sin embargo, recientemente parece estar ganando fuerza una nueva hipótesis que considera el sitio una combinación de espacio productivo vinícola y cultual (existencia de un santuario)78, lo cual obligaría a reconsiderar su adscripción al ámbito militar. El segundo es el yacimiento de Can Tacó-Turó d’en Roïna (Montmeló/Montornès del Vallès, Barcelona). El sitio se encuentra en la parte superior de un cerro relativamente aislado, en la depresión prelitoral catalana; dicha posición permite el dominio de las tierras fértiles circundantes, así como el control del área de confluencia de diversos ríos que configuran espacios de comunicación natural entre la Cataluña central y el área prelitoral layetana79. Se trata de un complejo arquitectónico estructurado en dos cuerpos que forman parte de una misma unidad estructural. El cuerpo I constituido por un edificio rectangular compartimentado orientado norte-sur. El cuerpo II, que ocupa una área cuatro veces mayor que el I, es también de planta rectangular, orientado noreste-suroeste, y delimitado por un muro perimetral; dentro de este espacio, organizado en terrazas, se han documentado diversas estructuras, entre las que destacan una cisterna y un conjunto de estructuras de habitación con un almacén, y una pieza que presenta una decoración parietal a base de estucos, correspondiente al primer estilo pompeyano80. En cuanto a la cultura material, las cerámicas de ámbito local-regional, a saber, cerámica ibérica a torno (variantes gris, oxidada y pintada), a torno lento, a mano y ánforas, dominan claramente, mientras que las cerámicas de importación (vajilla de barniz negro Campaniense A y caleno, ánforas itálicas y norteafricanas, y cerámica común itálica) son minoritarias. La facies parece ofrecer una cronología de finales del siglo II/inicios I del a.C., que concuerda con la datación de la decoración parietal81. A nivel interpretativo, se considera que el sitio habría sido un centro de control administrativo y territorial, residencia de un alto cargo militar, activo entre el 150-90/75 a.C., seguramente conectado a la dinámica de ocupación del territorio prelitoral central catalán a partir del segundo tercio del siglo II a.C., cuando parece detectarse una densificación del poblamiento en el llano, al abandonarse los núcleos en alto típicamente ibéricos. Y su abandono tendría lugar a inicios del siglo I a.C., al perder sentido su misión original al reorganizarse el territorio en función de la fundación de las nuevas ciudades de Iluro y Baetulo82. A nuestro entender, Can Tacó sería un espacio residencial, posiblemente perteneciente a un personaje importante, quizá a un cargo con responsabilidades administrativas; o quizá no. Su relación con el territorio que se extiende a sus pies parece innegable puesto que participa de la misma dinámica de poblamiento y ocupación del llano prelitoral y su ubicación estratégica resulta evidente. Igualmente se ha puesto de relieve su vinculación con el importante asentamiento de Ca l’Arnau/ Can Mateu/Can Rodon de l’Hort (Cabrera de Mar, Barcelona)83, verdadero epicentro del poder romano-republicano en la zona con anterioridad a la fundación de las ciudades. Pero eso no implica que se trate de un asentamiento de vocación militar o vinculado a labores o funciones militares sino que, suponiendo que fuese la residencia de un alto cargo, la hipotética presencia de la milicia en él sería en función del personaje y su atribuible función administrativa territorial, y no como parte de una estructura militar organizada de implantación y control84. Discusión Los ejemplos aportados presentan tipos distintos, pero complementarios y constituyentes de una misma realidad a nivel de estructuración territorial. En primer lugar, el caso de El Camp de les Lloses es interpretado como un asentamiento de clara vocación militar pero no vinculado al estacionamiento, alojamiento o permanencia de la milicia, sino como un punto de apoyo logístico. La planificación arquitectónica, la disposición urbanística, el entramado productivo, los espacios de representación y la cultura material nos hablan de individuos romano-itálicos o bien de indígenas hispanos con un notable nivel de integración en el entramado sociocultural del mundo romano. Igualmente, el sorprendente volumen de numerario, la 78. Genera 2010, 252 y 255. 79. Mercado et al. 2008, 196. 80. Guitart et al. 2006, 24-25; Mercado et al. 2008, 198-204. 81. Guitart et al. 2006, 26; Mercado et al. 2008, 202 y 205-206. 82. Mercado et al. 2008, 207-210; Flórez & Palet 2010, 152-153 y 159. 83. Mercado et al. 2008, 207. En cuanto al asentamiento de Ca l’Arnau/Can Mateu/Can Rodon, cf. Martín 2002; 2004. 84. A pesar de las afirmaciones en este sentido (Guitart et al. 2006, 24; Mercado et al. 2008, 200), no hay evidencias claras que puedan llevar a situar algún elemento militar en el yacimiento: no se han detectado restos de armamento, de equipamiento militar, de actividades productivas relacionadas con el mantenimiento o la logística militar, o, en último lugar, de numerario. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 49 especificidad y especialización de las actividades manufactureras, su ubicación en un punto estratégico relacionado con la red de comunicaciones85, nos lleva a plantear la hipótesis que El Camp de les Lloses habría sido un foco logístico militar destinado a la administración del suministro, tanto directamente vinculado a las necesidades de la tropa y los contingentes hipotéticamente estacionados en la zona o en tránsito, como aquél reunido y despachado hacia otras partes del territorio. Desde el sitio se podría haber gestionado inicialmente la construcción de parte de la vía romana, así como la posterior captación territorial de recursos y su distribución con fines militares u otras actividades como el reclutamiento o incluso la acuñación de moneda. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 Monteró también muestra una clara vocación militar que es posible inferir sobre todo a partir de la ubicación estratégica, de la ordenación urbanística y de la cultura material; aun podría plantearse que sus moradores hubiesen sido individuos indígenas, es decir, tropas auxiliares. Sin embargo, su funcionalidad como establecimiento militar no sería paralelizable a El Camp de les Lloses, puesto que todo apunta hacia el hecho de que Monteró sea un verdadero puesto avanzado, un fortín destinado al control territorial, donde estaría estacionado un pequeño contingente de tropas. En cambio, los restos de Olèrdola y Puigpelat apuntan hacia una solución híbrida entre el tipo El Camp de les Lloses y el tipo Monteró: un punto de control territorial con funciones quizá “policiales”, ubicados además en espacios estratégicos vinculados a la red viaria y al camino hacia Tarragona. Lo interesante de ambos yacimientos, a pesar de su diferencias morfológicas y de tamaño, es su vinculación con asentamientos preexistentes. En el caso de Olèrdola esto es evidente, pues la ocupación militar romana se da en un asentamiento indígena ibérico, que parece continuar, además su actividad; en cambio, Puigpelat, quizá por tratarse de un sitio de entidad menor, se configura como un yacimiento de nueva planta que seguramente arrasaría algún tipo de estructura anterior. Por último, la turris de Puig d’Alia vendría a indicarnos la existencia de un último tipo dentro del escalafón, el menor, de asentamientos militares, el cual tendría como misión ya no el control, sino la vigilancia de un territorio, vía o paso, a un nivel más reducido o específico, quizá en lugares donde no era posible o quizá innecesario en función de una planificación estratégica determinada, ubicar un establecimiento militar mayor. Igualmente la presencia de turres implica un funcionamiento en red para garantizar la eficiencia y operatividad del sistema de vigilancia, sea mediante el contacto/ comunicación con otras turres o bien con otros asentamientos de mayor rango. Las evidencias para proponer la existencia de una red de tal magnitud son, por ahora, muy débiles pues sólo Puig d’Alia parece ofrecer suficientes garantías para ser considerado un caso aplicable a este espacio cronológico86. Sin embargo, no sería del todo ilógico pensar en un sistema de este tipo, sobretodo en un momento en que Roma está de lleno implicada en una política de consolidación y aseguración de rutas y vías para mantener la fluidez del suministro y desplazamiento de sus tropas. Según nuestra opinión, los diferentes tipos funcionales de establecimiento militar marcarían una estrategia común de implantación territorial centrada en la estructuración y mantenimiento de espacios logísticos, no sola y obligatoriamente pensados para satisfacer las necesidades inmediatas de la tropa estacionada en la zona, sino en la garantía de la obtención, organización y circulación de los recursos, y poder proceder a su envío o distribución allá donde fuesen requeridos. Formaría parte de esta estrategia, asimismo, la creación de una red viaria y de comunicaciones, su estabilización en el territorio, con el objetivo anteriormente mencionado. Sin embargo, toda esta planificación parece caer en desuso o reorientarse a lo largo de la década de los 70 a.C., momento en que El Camp de les Lloses, Monteró u Olèrdola87 son abandonados. El territorio y su gestión se entenderán 85. Es obligado mencionar que a c. 100 m del mismo yacimiento fue hallado también uno de los miliarios del procónsul Manio Sergio, con una propuesta de datación 120-110 a.C., correspondiente a la milla VII de la vía romana que cruzaba la llanura ausetana y se dirigía hasta la costa central catalana (Mayer & Rodà 1986, 158-160 y 164-165). La propuesta de cronolog prosopográfica y epigráfica para dicha inscripción es completamente coincidente con la que ofrece el registro arqueológico de El Camp de les Lloses, con lo cual resulta más que probable que el yacimiento y la vía guardasen una estrecha relación, quizá vinculada a la construcción de la misma. 86. Y quizá también con el de Olèrdola. Tentellatge continúa presentando importantes lagunas aunque bien podría también datarse de este momento (cf. Tarradell 1978, 1982). 87. Aunque la torre-atalaya de época romano-republicana continuará en funcionamiento, con altibajos, hasta época medieval (Bosch et al. 2003, 354). La torre de Puig d’Alia también seguiría en uso hasta el siglo I a.C. (Llinàs et al. 1999, 104). A nivel de hipótesis podríamos incluso plantear que una vez pasado este período y ya desmantelados o abandonados los asentamientos propios de las necesidades o estrategias anteriores, el sistema de torres-atalayas siguió operativo, asociado ahora a la nueva estructura ciudadana, dada su utilidad y la poca implicación de tropas para garantizar su funcionamiento, mantenimiento y sostenibilidad; sin embargo, no disponemos de ninguna evidencia clara para refrendar tal idea. 50 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO ahora más relacionados con los espacios urbanos y ya no tanto con la logística militar. Y quizá precisamente el mismo carácter híbrido de Puigpelat, por su vinculación más directa a Tarragona, haya contribuido a su mantenimiento en activo. El último momento de estrés bélico 50-25 a.C.: los conflictos civiles (fig. 3) Introducción Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 A partir de la conclusión del conflicto sertoriano y con la reorganización de Pompeyo, el territorio de la Citerior conoce un período de relativa paz durante el cual los proyectos municipales de Roma en el Noreste van tomando forma y se consolidan88: Iesso, Iluro, Baetulo, Ilerda... El territorio gira ahora entorno a los núcleos poblacionales y administrativos romanos, que marcan la dinámica de la organización y estructuración de la provincia. Sin embargo, este momento de construcción provincial se verá truncado por la guerra civil entre los partidarios de César y Pompeyo (49-45 a.C.), cuyo desarrollo afectará también el Noreste de la Citerior, como claramente ejemplifica la campaña de Ilerda. Las evidencias arqueológicas Para el último momento de estrés bélico, que hemos situado en una franja cronológica de 50-25 a.C., disponemos de muy poca información. Sin embargo, existen algunos restos efectivos de presencia o actividad militar. Por lo que respecta a asentamientos militares, tendríamos que mencionar como único ejemplo conocido, la última fase del castellum de Puigpelat (cf. supra). Pero quizá el caso más interesante, por novedoso y fuera de lo común, sea el de Puig Ciutat (Oristà, Barcelona)89. Se trata de un asentamiento de unas 3 Ha, que ocupa la superficie superior de un cerro de fácil defensa y acceso complicado, situado en los límites occidentales de la llanura de Vic, cuando la depresión de dicha llanura deja paso ya a un terreno más abrupto y de orografía complicada, hasta llegar a la cuenca del Llobregat. Las investigaciones realizadas hasta el momento en el lugar (excavación arqueológica y prospección geofísica) han podido constatar la existencia de un entramado urbano complejo, rodeado por una muralla perimetral. Las dos zonas estudiadas presentan niveles de destrucción en función de un incendio generalizado. La cultura material recogida apunta hacia un predominio de la cerámica de producción local-regional (cerámica ibérica) con complemento de importaciones (vajilla de mesa de barniz negro caleno tardío, de Campaniense C y de paredes finas itálicas, así como ánfora itálica); sin embargo, los hallazgos más destacados son los objetos metálicos vinculados a las actividades bélicas, aparecidos en el interior de los espacios excavados: pila catapultaria, algunos proyectiles de honda de plomo y restos de otras armas ofensivas (restos de pila, espadas/dagas y puntas de flecha). El análisis cronológico del mobiliario parece situar, en principio, la destrucción del asentamiento en el segundo tercio del siglo I a.C., sin que hasta el momento se hayan documentado ni materiales más antiguos ni niveles anteriores al de la destrucción. A partir de la contextualización de los restos, parece claro que el final del asentamiento sería causado por el incendio generalizado y que la presencia de armas y proyectiles de artillería apuntaría hacia una destrucción violenta. En consecuencia, y dada la horquilla cronológica que ofrecen los materiales, resulta tentador relacionar la ruina del yacimiento con las actividades bélicas desarrolladas en el Noreste de la Citerior en el marco del conflicto civil entre Pompeyo y César. Si bien es prematuro plantear hipótesis sobre el origen, sentido, carácter o filiación del asentamiento de Puig Ciutat, vale la pena tener en cuenta su ubicación geográfica, ciertamente estratégica, que le permitiría haberse erigido como un centro potencialmente articulador del espacio situado entre la llanura ausetana y el valle del Llobregat, en una zona alejada de los focos más intensos de control e implantación romanas. Discusión Como ya se ha avanzado en el apartado correspondiente al periodo 125-70 a.C., a partir de la década de los 70 a.C. serían las ciudades de nueva creación las que llevarían el peso de la organización del territorio y la operatividad de la red, con lo cual, la gestión militar logística sería paulatinamente abandonada. Y con ella la presencia visible de espacios 88. 89. Guitart 1994. García et al. 2010. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 51 Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 7 1 11 10 6 5 2 3 12 8 9 (?) 4 0 N 400 1000 2000 | 0 100 Km Fig. 3. Yacimientos del período 50-25 a.C. citados en el texto. Ciudades: 1. Emporion; 2. Iluro; 3. Baetulo; 4. Tarraco; 5. Ilerda; 6. Iesso, 7. Iulia Libica. Castella; 8. Puigpelat; 9. Sant Miquel de Vinebre (Vinebre); 10. Puig Ciutat (Oristà). Turres; 11. Puig d’Alia (Amer); 12. Olèrdola. 52 – JAUME NOGUERA, JORDI PRINCIPAL & TONI ÑACO DEL HOYO Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 militares concretos, a la manera de los tipos anteriormente descritos. El ejército ya no está presente ni bajo la forma de grandes contingentes de choque o protección relativamente estables, ni bajo la forma de pequeños centros y guarniciones en red, sino que será movilizado ad hoc o transportado a la Citerior desde otros ámbitos, para hacer frente a conflictos o amenazas específicas. Tal sería el caso de la Guerra Civil. Y es por esta razón que el ejemplo de Puig Ciutat resulta de especial relevancia dadas las características del asentamiento y el hecho de estar reflejando un conflicto bélico, en principio “anónimo”, de marcado carácter romano: ¿Se trata de un asentamiento indígena resistiendo en una zona olvidada y marginal? ¿Se trata de un asentamiento romano atacado y destruido por la facción contraria en el marco de la Guerra Civil? ¿Se trata de una guarnición, de un campamento o un castellum ubicado en un espacio marginal pero estratégico, víctima también de la contienda? Al finalizar este último período de estrés bélico, los pocos indicios de actividad o presencia militar en el Noreste de la Citerior desaparecen por completo como elementos autónomos dentro del territorio: el abandono definitivo de Puigpelat justificaría esta afirmacion, aunque el yacimiento conservó parte de sus funciones a lo largo de los dos primeros tercios del siglo I a.C. debido a su vinculación con Tarragona, la capital provincial. CONCLUSIONES En un artículo reciente, Paul Erdkamp menciona un relato probablemente procedente de los analistas romanos y recogido por Livio (41.1.2-5.3), según el cual, a la llegada cerca de Aquileia de un gran ejército consular romano junto con veinte barcos cargados de provisiones con la misión de luchar contra los Istrios en el año 178 a.C., se organizó un eventual mercado de todo tipo de provisiones en la playa, atrayendo también a gentes de los alrededores. Se situaba a cinco millas del lugar en que se encontraban acampadas las tropas, tanto las legionarias como los auxiliares galos que las acompañaban. Ciertamente, como afirma P. Erdkamp, no existen datos similares en el caso de la Hispania republicana, aunque nada impide pensar que ese escenario no fuera igualmente plausible durante largos períodos. Esta anécdota permite suponer que la continua llegada, aunque no siempre con la misma intensidad ni con el mismo grado de actividad bélica directa, de importantes contingentes de tropas a la Península Ibérica a buen seguro implicaba unas necesidades logísticas de grandes proporciones, con el objetivo de mantener toda esa maquinaria bélica en perfecto funcionamiento. Al mismo tiempo, resulta innegable el impacto que no tan sólo la guerra de una forma directa, sino incluso la presencia o el tránsito de una gran cantidad de efectivos, junto con la intendencia necesaria para su mantenimiento, acabó suponiendo para las poblaciones autóctonas, no sólo a nivel estrictamente militar, sino también político y económico90. Precisamente, cuando una mayoría de fuentes históricas apenas proporcionan datos acerca de esta problemática, una nueva lectura del registro arqueológico, en este caso centrándonos en el área del Noreste peninsular, permite plantear nuevas hipótesis acerca del rastro ocasionado, quizás no siempre por la actividad guerrera, por parte de esos ejércitos, sino más bien por su presencia y tránsito por el primer territorio pisado por las legiones romanas en Hispania. De este modo, en nuestra área de estudio la arqueología permite identificar claramente tres períodos en los cuales se percibe un mayor ‘estrés bélico’ (225-175, 125-75 y 50-25 a.C.), lo que a su vez concuerda con el resto de evidencias históricas preservadas. Como ya hemos visto, esos tres períodos vienen marcados por acontecimientos totalmente distintos en los tres casos: una guerra ‘total’ en el Mediterráneo central y occidental, y sus consecuencias inmediatas para las poblaciones locales del Noreste en el primero de ellos; la concatenación de conflictos regionales y civiles fuera y dentro de ese mismo ámbito regional que acaban afectando también al Noreste, en el caso del segundo; y, por último, un protagonismo militarmente directo del Noreste en un conflicto ‘civil’ de gran magnitud que acabará transformado la propia Roma. De este modo, la arqueología, a diferencia del resto de fuentes históricas, permite rastrear no tan sólo las evidencias de conflicto directo, como en el caso de la posible identificación de algunas batallas, o del asedio y destrucción de algunas plazas fuertes, sino también la presencia de contingentes militares estacionados de forma eventual en campamentos, fortines de tipo defensivo o enclaves con funcionalidad logística. En el caso del Noreste de la Península Ibérica, existen todavía grandes dificultades para localizar campos de batalla (Emporion, Ilerda), aunque últimamente se ha avanzado en la identificación de importantes campamentos de campaña, como en el caso de aquellos cercanos al río Ebro durante la Segunda Guerra 90. Erdkamp 2010, 138. LA ACTIVIDAD MILITAR Y LA PROBLEMÁTICA DE SU REFLEJO ARQUEOLÓGICO: EL CASO DEL NORESTE DE LA CITERIOR (218-45 A.C.) – 53 Púnica (La Palma) y las primeras décadas del siglo II a.C. (Camí del Castellet de Banyoles), o en la identificación de asedios y asaltos violentos a núcleos poblacionales (Puig Ciutat y, quizás, St. Miquel de Vinebre, correspondientes al último período de estrés bélico). Al mismo tiempo, en el segundo período destacan los yacimientos directamente relacionados con tareas defensivas, logísticas o de control territorial (El Camp de les Lloses, Monteró, Olèrdola, Can Tacó, El Castellot, Puigpelat, Puig d’Alia). En cualquier caso, es igualmente plausible que en ocasiones los ejércitos romanos optasen por albergar parte de sus tropas entre las poblaciones locales (hospitium militare), viviendo probablemente en las casas de sus huéspedes, por lo que el registro arqueológico difícilmente puede localizar a esos soldados, sino es suponiendo que una determinada población local se dota de infraestructuras defensivas romanas. En cambio, como en el caso de Olèrdola, no se detectan en su urbanismo ningún tipo de ciudadela o de habitación destinada a acuartelar a esas tropas. Éléments sous droit d’auteur ­ © Ausonius Éditions juillet 2014 En conclusión, la arqueología del Noreste es capaz, a grandes rasgos, de describirnos la presencia, actividad y el tránsito de contingentes romanos, y probablemente también de un gran número de auxilia externa reclutados in situ, por lo menos durante las tres fases de mayor incidencia del fenómeno bélico en la región. Sources littéraires Strabon, trad. Jones, H. L. [1923] (1988) : The Geography of Strabo with an English translation by Horace Leonard Jones in eight volumes, II (books III-V), Cambridge-Londres. Tite-Live, trad. Foster, B. O. [1929] (1982) : Livy in fourteen volumes, V (books XXI-XXII), with an English translation by B.O. Foster, Loeb Classical Library, Cambridge-Londres. Pline l’Ancien, trad. Rackham, H. [1938] (1967) : Pliny. 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